El sol comenzaba a esconderse entre los edificios de la ciudad mientras Helena caminaba hacia la estación de tren, su teléfono vibraba sin cesar en su mano, mensajes de su amiga Lucía llenaban la pantalla con promesas de una noche divertida y tal vez algo más — "No te vas a arrepentir, tengo una sorpresa para ti" — leyó con una sonrisa pícara antes de guardar el dispositivo en su bolsillo, sus botas de cuero militar resonaban contra el pavimento con cada paso, firmes pero femeninas, como todo en ella, su falda negra, corta y ajustada, se movía con un balanceo provocativo que no pasaba desapercibido, los hombres que cruzaban su camino no podían evitar mirarla, algunos disimulaban con sorbos de café, otros ni siquiera se molestaban en ocultar su deseo, pero Helena, acostumbrada a esas miradas, seguía su camino sin inmutarse, el viento jugueteaba con su cabello castaño oscuro, suelto y sedoso, que caía sobre sus hombros como una cascada, sus labios carnosos, pintados de un rojo discreto, se fruncían levemente mientras calculaba el tiempo que le quedaba para llegar al tren.
La estación estaba casi vacía a esa hora, solo unos cuantos viajeros dispersos esperaban en los andenes, el anuncio de la llegada del tren resonó en los altavoces y Helena subió al vagón, eligiendo un asiento junto a la ventana, el compartimento estaba en silencio, el traqueteo de las ruedas sobre los rieles era el único sonido hasta que la puerta se abrió y un hombre mayor, de pelo canoso y un evidente abdomen prominente, entró con paso lento — "¿Este asiento está ocupado, señorita?" — preguntó con una voz ronca pero educada, señalando el lugar a su lado, Helena lo miró un instante, sus ojos marrones reflejaban curiosidad antes de asentir con la cabeza — "No, siéntese" — respondió, volviendo a su teléfono como si nada, pero el hombre, Martín, no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de entablar una conversación.
— "¿Viaja lejos?" — preguntó él, acomodándose en el asiento con un gruñido leve, sus ojos recorrieron su figura con disimulo, deteniéndose en las medias oscuras que cubrían sus piernas tonificadas hasta justo debajo de la falda.
— "Solo unas horas, voy a visitar a una amiga" — respondió Helena sin levantar la vista, aunque notó cómo su mirada se posaba en sus muslos.
— "Ah, la juventud… siempre en movimiento" — rió entre dientes, ajustándose el saco sobre su panza — "Yo a su edad también viajaba mucho, aunque nunca con compañía tan bella" — agregó, lanzándole una sonrisa que revelaba dientes amarillentos por los años.
Helena sintió un escalofrío, no de incomodidad, sino de algo más… intrigante — "Gracias" — murmuró, esta vez alzando la vista para encontrarse con sus ojos, oscuros y experimentados.
— "¿Estudia algo, señorita…?" — dejó la pregunta en el aire, esperando su nombre.
— "Helena. Y sí, psicología" — respondió, cruzando las piernas inconscientemente, lo que hizo que su falda subiera unos milímetros más.
— "Helena… nombre de diosa" — musitó Martín, su mano, gruesa y con venas marcadas, se posó sobre su rodilla con una naturalidad que la dejó paralizada — "Tienes un color de piel hermoso, no deberías cubrirlo con medias" — dijo, deslizando lentamente los dedos hacia arriba, rozando la suave piel de su muslo.
Helena contuvo el aire, sus pupilas se dilataron levemente, una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no quería admitir, recorrió su cuerpo — "Señor, eso es…" — comenzó a protestar, pero su voz sonó débil, incluso para sus propios oídos.
— "Martín, por favor" — interrumpió él, su mano no se detuvo, ahora masajeaba suavemente su pierna, como si tuviera todo el derecho del mundo — "Y no te asustes, solo estoy admirando la belleza que tienes… a tu edad, deberías disfrutar más de estos pequeños placeres" — sus palabras eran suaves, pero cargadas de una intención que hizo que el estómago de Helena se contrajera.
Ella miró alrededor, el vagón estaba vacío, no había testigos de lo que estaba sucediendo, y lo más perturbador era que, a pesar de todo, no sentía el impulso de alejarse — "¿Qué me pasa?" — pensó, confundida, mientras los dedos de Martín subían aún más, rozando el borde de su ropa interior.
— "Tienes miedo" — observó él, sonriendo con malicia — "Pero no de mí… sino de lo que estás sintiendo" — su respiración se volvió más pesada, y Helena notó cómo su propia piel comenzaba a arder bajo su tacto.
El tren avanzaba, llevándolos hacia un destino que, de repente, parecía mucho más complicado de lo que ella había imaginado.
El aire en el vagón del tren se había vuelto denso, cargado de una tensión que Helena nunca antes había experimentado, los dedos de Martín seguían acariciando su muslo con una seguridad que la dejaba sin aliento, cada roce era como una pequeña descarga eléctrica que se expandía por su piel, hasta que finalmente encontró la fuerza para hablar — "Deténgase… esto no está bien, un hombre no debe tocar sin permiso" — sus palabras sonaron temblorosas, como si ni ella misma creyera en lo que decía, sus ojos marrones brillaban con una mezcla de confusión y excitación, sus labios, carnosos y húmedos, se separaron levemente en un jadeo apenas audible.
Martín no se inmutó, al contrario, una sonrisa lenta y satisfecha se dibujó en su rostro mientras su mano avanzaba aún más, rozando la tela de sus bragas a través de la medias — "Tienes razón, cariño, un hombre no debería… pero dime, ¿por qué no me has apartado todavía?" — su voz era un susurro ronco, cargado de malicia y experiencia, sus ojos no dejaban de observar cómo los dientes de Helena hundían suavemente su labio inferior, un gesto involuntario de placer que ella ni siquiera había notado — "Ahí está… lo sabía" — murmuró, deslizando un dedo bajo el elástico de sus medias — "Te gusta, aunque no quieras admitirlo".
Helena sintió cómo su cuerpo respondía contra su voluntad, un calor húmedo comenzó a extenderse entre sus piernas, su mente gritaba que esto estaba mal, que él era un anciano, un extraño, pero su piel ardía bajo su tacto, sus caderas se movieron levemente, casi imperceptiblemente, buscando más presión — "No… yo no…" — trató de protestar, pero las palabras murieron en su garganta cuando Martín aplicó un suave roce justo donde más la hacía estremecer.
— "No mientas, nena" — susurró él, acercándose tanto que su aliento, cálido y con un leve aroma a menta, rozó su oreja — "Tu cuerpo habla por ti, y a mí me encanta escucharlo" — su mano se detuvo en el centro de su calor, presionando con firmeza mientras Helena contuvo un gemido, sus piernas se tensaron, pero no para cerrarse, sino para abrirse un poco más, como si algo dentro de ella ya hubiera aceptado lo inevitable.
El tren seguía su camino, el mundo exterior pasaba como un borrón tras la ventana, pero dentro de ese vagón, el tiempo parecía haberse detenido, Martín no tenía prisa, cada movimiento era calculado, cada caricia diseñada para llevarla más lejos de lo que ella creía posible — "Mírame" — ordenó suavemente, y Helena, como si estuviera bajo un hechizo, obedeció, encontrando sus ojos oscuros, llenos de lujuria y dominio — "Eres preciosa así, sumisa, entregada… ¿sabes cuánto poder tienes sobre un hombre cuando te dejas llevar?" — su voz era hipnótica, y Helena sintió cómo algo dentro de ella se quebraba, dando paso a una obediencia que nunca antes había conocido.
Fue entonces cuando Martín, sin apartar su mirada de ella, desabrochó su pantalón con la otra mano, liberando su erección, gruesa y palpitante, que contrastaba grotescamente con su edad y su vientre abultado — "Ves lo que me haces?" — gruñó, guiando su mano hacia él — "No esperaba que un anciano como yo pudiera ponerse así, ¿verdad?" — Helena no podía apartar la vista, su mente se negaba a procesar lo que veía, era grande, más de lo que hubiera imaginado, las venas marcadas latían bajo su piel, y la punta, húmeda y rosada, brillaba bajo la tenue luz del vagón.
— "Tócame" — ordenó, y aunque todo en ella gritaba que esto estaba mal, sus dedos, temblorosos pero obedientes, se cerraron alrededor de él, sintiendo el calor, la firmeza, la manera en que palpitaba en su mano — "Así es… buena chica" — Martín dejó escapar un gruñido de satisfacción, su mano volvió a su entrepierna, esta vez deslizándose bajo sus bragas para encontrar su piel desnuda, mojada y sensible — "Mierda… estás empapada" — murmuró, frotando su clítoris con movimientos expertos que hicieron que Helena arquease la espalda, un gemido escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo.
El contraste era obsceno, su mano inocente e inexperta acariciando su virilidad, mientras sus dedos, curtidos por los años, exploraban su intimidad con una confianza que la hacía derretirse — "No… no puedo…" — jadeó, pero su cuerpo decía lo contrario, sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de sus toques, buscando más, siempre más.
Martín sonrió, sabiendo que ya había ganado — "Claro que puedes, nena… solo déjate llevar" — y con eso, hundió dos dedos dentro de ella, haciendo que gritara su nombre mientras el vagón seguía avanzando hacia lo desconocido.
El ritmo de los dedos de Martín dentro de Helena era implacable, cada movimiento calculado para llevarla al borde del abismo, sus caderas se sacudían involuntariamente, siguiendo el compás que él marcaba con maestría, el sonido húmedo de su excitación se mezclaba con los jadeos que escapaban de sus labios, cada vez más frecuentes, más desesperados — "Ah… no puedo… esto es demasiado…" — murmuró, sus palabras entrecortadas, sus uñas clavándose en los muslos de Martín sin siquiera darse cuenta, el placer la consumía, la transformaba, la hacía olvidar que estaban en un tren, que cualquiera podía entrar en cualquier momento, que esto estaba mal de tantas maneras… pero en ese instante, nada importaba excepto la sensación que crecía dentro de ella, como una ola a punto de romper.
Martín la observaba con ojos oscuros, llenos de satisfacción, su otra mano seguía guiando la de Helena alrededor de su miembro, enseñándole el ritmo que a él le gustaba, lento pero firme, cada bombeo hacía que un gruñido gutural escapara de su garganta — "Mírate… tan perdida en lo que sientes…" — susurró, acercándose para morder su oreja con suavidad — "Vas a venirte, nena, y lo harás como una buena chica, ¿verdad?" — sus palabras eran una orden disfrazada de pregunta, y Helena, con los ojos vidriosos, solo pudo asentir, incapaz de negarse, incapaz siquiera de pensar.
La presión en su bajo vientre se volvió insoportable, cada roce de sus dedos, cada palabra susurrada en su oído, cada latido de su propia sangre en sus sienes la acercaban más y más al borde — "Martín… por favor…" — suplicó, sin saber exactamente qué estaba pidiendo, pero él lo entendió, aceleró el movimiento de sus dedos, añadiendo un giro sutil cada vez que se retiraban, su pulgar presionando con firmeza su clítoris hasta hacerla estremecer — "Ahora, Helena… déjate ir" — ordenó, y como si sus palabras hubieran roto un hechizo, el cuerpo de Helena se tensó como un arco, su espalda se arqueó, sus piernas temblaron, y un grito ahogado escapó de su garganta mientras la ola de placer la golpeaba con una intensidad que nunca antes había sentido, su visión se nubló, su cuerpo se convirtió en pura sensación, en puro éxtasis, en nada más que la descarga eléctrica que la recorría de la cabeza a los pies, sacudiéndola una y otra vez mientras Martín la miraba con orgullo, disfrutando de cada espasmo, de cada gemido, de cada contracción de su cuerpo alrededor de sus dedos.
— "Dios mío…" — jadeó Helena cuando finalmente pudo respirar, su cuerpo colapsó contra el asiento, agotado, sudoroso, pero aún sensible a cada pequeño movimiento de sus dedos dentro de ella — "Por favor… para…" — suplicó, pero Martín no parecía dispuesto a detenerse, sus dedos se movían más despacio ahora, pero aún allí, prolongando su orgasmo hasta el punto del dolor — "Todavía no, nena… mira lo que me hiciste" — gruñó, guiando su mano hacia su miembro otra vez, esta vez con urgencia, su respiración se volvió pesada, sus músculos tensos, y antes de que Helena pudiera reaccionar, un chorro cálido y espeso salpicó su falda negra, manchando la tela con su esencia, la sorpresa la dejó paralizada, mirando cómo las gotas blancas resbalaban por su muslo, mezclándose con el sudor y su propio placer.
Martín dejó escapar un suspiro de satisfacción, limpiándose con un pañuelo antes de guardarlo en su bolsillo — "Hermosa…" — murmuró, observando cómo Helena miraba fijamente las manchas en su falda, su rostro aún enrojecido, sus labios hinchados por los mordiscos que se había dado durante el clímax — "Pero esto no ha terminado… todavía nos quedan unas horas de viaje" — agregó con una sonrisa pícara, acomodándose de nuevo en el asiento como si nada hubiera pasado, como si no estuvieran los dos marcados por lo que acababan de hacer.
Helena no respondió, su mente aún trataba de procesar lo ocurrido, pero una cosa era clara: Martín no se separaría de ella hasta que llegaran a su destino, y algo dentro de ella, algo profundo y oscuro, anhelaba lo que vendría después.
El tren siguió avanzando, llevándolos hacia lo desconocido, hacia un juego de poder que apenas comenzaba.
Continuara...

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