Toques en el Tren - Parte 2

 


El tren redujo su velocidad con un suave chirrido de frenos, anunciando su llegada a la siguiente estación, el movimiento brusco hizo que Helena se aferrara al borde del asiento, sus dedos se hundieron en el tejido gastado del cojín mientras intentaba recuperar el aliento, la realidad volvía a ella en fragmentos—el murmullo distante de otros pasajeros, la luz dorada del atardecer filtrándose por las ventanas, la humedad fresca que se pegaba a su piel bajo la ropa—pero sobre todo, la mancha evidente en su falda negra, un recordatorio imborrable de lo que había ocurrido minutos antes, con movimientos torpes, trató de cubrirla con sus manos, de frotarla como si pudiera borrarla con la fuerza de su vergüenza, pero la tela solo se oscureció más, extendiendo la humedad en un patrón irregular que delataba su secreto. 

Martín observaba sus intentos con una sonrisa burlona, sus ojos entrecerrados mientras encendía un cigarrillo imaginario—nada más que un gesto habitual, un tic nervioso—antes de hablar — "Relájate, nena, nadie mira" — susurró, su voz ronca por el deseo recién saciado, pero Helena no podía relajarse, cada nuevo pasajero que subía al vagón era una amenaza potencial, un testigo de su complicidad en algo que no entendía del todo, se encogió en su asiento, cruzando las piernas con fuerza, como si pudiera esconder la evidencia de su sumisión bajo el simple acto de presión muscular. 

El vagón se llenó de murmullos, de pasos apresurados y maletas rodando, pero afortunadamente, nadie eligió los asientos cercanos al suyo, el espacio alrededor de ellos permaneció en una burbuja de intimidad forzada, Helena respiró hondo, tratando de calmars— "Esto no puede volver a pasar" — dijo, más para sí misma que para él, sus palabras eran un mantra, una oración débil contra la tentación que ya había cedido una vez. 

Martín se rió, un sonido bajo y gutural que vibró en el aire entre ellos — "Claro que no, cariño" — respondió, su mano encontró la suya sobre el asiento, sus dedos callosos entrelazándose con los de ella con una posesividad que hizo que su estómago se contrajera — "Pero mientras tanto, ¿qué tal un trago? Este viaje se está poniendo aburrido" — señaló con la barbilla al mozo que avanzaba por el pasillo, su carrito repleto de botellas brillantes y vasos de plástico. 

Helena asintió, más por necesidad de distracción que por sed, su garganta estaba seca, sus labios partidos por los mordiscos que se había dado durante el clímax, cuando el mozo se acercó, Martín no dudó — "Dos refrescos de naranja, por favor" — pidió, su voz era clara, segura, pero entonces agregó, con una naturalidad que heló la sangre de Helena— "Uno para mi novia" — y apretó su mano con fuerza, como si sellara un pacto no dicho. 

Helena sintió que el mundo se detenía por un segundo, sus ojos se abrieron como platos, su boca se separó en un pequeño "o" de sorpresa, pero antes de que pudiera protestar, el mozo asintió con una sonrisa cortés — "Enseguida, señor" — y sirvió las bebidas con movimientos rápidos, el hielo chocó contra los vasos, el líquido anaranjado brilló bajo la luz artificial, todo era normal, mundano, excepto por el hecho de que un extraño acababa de confirmar una mentira que la envolvía en una fantasía peligrosa. 

Cuando el mozo se alejó, Martín alzó su vaso en un brindis burlón — "A nosotros" — dijo, y bebió un trago largo, su garganta moviéndose con cada deglución, Helena lo miró fijamente, sus dedos temblorosos alrededor de su propio vaso, la condensación fría mojando su piel — "¿Qué demonios fue eso?" — susurró, su voz un hilito de sonido entre el ruido del tren. 

Martín solo sonrió, su mano abandonó el vaso para posarse en su muslo, justo donde la falda se abría, sus dedos dibujaron círculos lentos sobre su piel, cada vez más altos, cada vez más atrevidos — "Solo un juego, nena… a menos que quieras que sea real" — su tono era juguetón, pero sus ojos no dejaban lugar a dudas: esto era un territorio que él dominaba, y ella era solo una visitante perdida. 

Helena tragó saliva, su mente corría a mil por hora, pero su cuerpo… su cuerpo respondía a cada caricia como si tuviera memoria propia, sus piernas se separaron un poco, permitiéndole más acceso, su respiración se aceleró de nuevo, pero entonces, justo cuando el placer comenzaba a nublar su juicio otra vez, Martín soltó una carcajada — "Ah, por cierto… paga tú, cariño, me olvidé la billetera" — y le guiñó un ojo, como si acabara de contar el chiste más divertido del mundo. 

Helena lo miró, atónita, su boca se abrió para protestar, para decir algo, cualquier cosa, pero las palabras murieron en sus labios cuando el mozo regresó con la cuenta, su sonrisa profesional intacta — "Son cien pesos, señorita" — dijo, extendiendo la bandeja hacia ella. 

Martín apretó su pierna adelante del mozo, disfrutando de su incomodidad, de su confusión, de su sumisión silenciosa — "Vamos, mi amor, no los hagas esperar" — murmuró, y Helena, como en un sueño, sacó su billetera y pagó, sin entender cómo había llegado a ese punto, pero incapaz de negarse. 

El tren siguió su camino, pero algo había cambiado entre ellos, los límites se habían difuminado, las reglas reescritas, y Helena sabía, en algún lugar profundo de su ser, que esto era solo el principio. 

El refresco de naranja estaba frío en la garganta de Helena, su sabor dulce y ácido contrastando con el calor que Martin seguía despertando en su cuerpo, sus dedos jugueteaban con el borde del vaso, condensación mojando sus yemas mientras miraba por la ventanilla, el paisaje pasaba como un sueño borroso, árboles y edificios fundiéndose en manchas de color, pero su atención estaba en otra parte, en la mano de Martin que, como si le perteneciera, seguía acariciando su muslo, subiendo y bajando con lentitud deliberada, cada roce de sus dedos callosos encendía su piel, cada movimiento calculado la llevaba más cerca del borde que ya conocía demasiado bien. 

— "Relájate, nena… nadie nos está mirando" — susurró Martin, su voz un ronroneo bajo que se mezclaba con el traqueteo del tren, su mano subió más, pasando el borde de su falda, encontrando la piel desnuda de su vientre, Helena contuvo el aire, sus músculos se tensaron, pero no se movió, no lo detuvo, como si su cuerpo ya hubiera aceptado que pertenecía a ese juego, a esa dinámica que la excitaba y aterraba por igual, sus ojos se cerraron un instante, saboreando la contradicción, pero entonces— 

— "¡Ah!" — el grito escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo, un pellizco repentino en su pezón a través de la delgada tela de su remera roja, su mano voló instintivamente a su boca, ahogando cualquier otro sonido, sus ojos, grandes y asustados, buscaron a su alrededor, escaneando el vagón en busca de miradas curiosas, pero nadie parecía haber notado nada, los otros pasajeros estaban sumergidos en sus propios mundos, libros, teléfonos, conversaciones bajas, el sonido del tren cubriendo su pequeña indiscreción. 

— "Cállate, nena… o tendremos problemas" — Martin rió entre dientes, su mano no se detuvo, ahora masajeaba el pecho lastimado con falsa ternura, sus dedos dibujaban círculos alrededor del pezón endurecido, disfrutando de cómo Helena se mordía el labio para no gemir — "Pero si quieres que pare… muéstramelos" — agregó, su tono era casual, como si estuviera pidiendo la hora en lugar de exigirle algo tan íntimo, tan prohibido. 

Helena lo miró, sus ojos marrones brillando con una mezcla de indignación y excitación, su pecho subía y bajaba rápidamente, el rubor en sus mejillas delatando su conflicto interno — "Aquí no… no podemos…" — murmuró, pero sus palabras sonaron huecas, incluso para sus propios oídos, porque ya sabía que no iba a negarse, ya sabía que su cuerpo, traicionero, anhelaba más. 

Martin no respondió, solo arqueó una ceja, su mano abandonó su pecho para posarse en su rodilla, como si le diera la opción de detenerse, pero ambos sabían que no era una opción real, era un reto, y Helena, con un temblor en los dedos, tomó el borde de su remera y la levantó lentamente, revelando su sostén negro, sencillo pero sexy, la tela se ajustaba a sus pechos, no grandes, pero tampoco pequeños, perfectos en su proporción, redondos y firmes, con pezones rosados que ya se notaban duros a través de la tela. 

— "Hermosa…" — Martin respiró hondo, su mirada devorando la imagen como si fuera la primera vez que veía un cuerpo femenino, sus manos no tardaron en posarse sobre ellos, pesándolos, acariciándolos con una mezcla de posesión y adoración, sus pulgares encontraron los pezones y comenzaron a frotarlos en círculos lentos, alternando presión y suavidad, como si conociera cada punto sensible, cada lugar que hacía que Helena contuviera un gemido — "Te encanta esto, ¿verdad? Pobrecita… tan necesitada de atención" — sus palabras eran crueles, pero su tacto era perfecto, y Helena no podía evitar arquearse hacia él, buscando más contacto, más fricción. 

Sus ojos, sin embargo, no dejaban de escudriñar el vagón, buscando peligro, buscando testigos, pero el mundo exterior parecía haberse desvanecido, solo existían ellos dos, y las sensaciones que Martin despertaba en ella, cada pellizco suave, cada caricia húmeda de su boca cuando se inclinó para morder la tela del sostén y apartarla, dejando sus pechos libres al aire frío del vagón, sus pezones se endurecieron aún más, y Martin no pudo evitar sonreír — "Mira cómo responden… como si fueran míos" — murmuró antes de inclinarse y tomar uno en su boca, chupando con fuerza, su lengua jugueteando con el pezón hasta hacerla gemir. 

Helena se aferró a su cabello, no para alejarlo, sino para mantenerlo allí, sus piernas se retorcieron, su respiración se volvió entrecortada, pero entonces, justo cuando el placer comenzaba a nublar su mente, Martin se separó con un pop audible — "Me pusiste duro de nuevo… y esta vez, vas a usar esa boquita linda" — sus palabras fueron seguidas por el sonido de su cinturón desabrochándose, su pantalón cayendo lo suficiente para liberar su erección, ya familiar para Helena, pero no menos impresionante, gruesa y palpitante, la punta brillante de excitación. 

— "Aquí no… por favor…" — Helena suplicó, pero Martin solo tomó su mano y la guió hacia su miembro, envolviendo sus dedos alrededor de él — "No me hagas repetirlo, nena" — su voz era suave, pero el mensaje era claro, y Helena, con un temblor en las manos, se inclinó hacia adelante, su cabello castaño cayendo como una cortina alrededor de su rostro, ocultando lo que estaba a punto de hacer del mundo exterior, su boca se abrió, sus labios carnosos se cerraron alrededor de él, y el tren siguió avanzando, llevándolos más lejos en un juego que solo ellos entendían. 

Helena sintió el peso de la decisión en cada latido de su corazón, acelerado y rebelde, como si quisiera escapar de su pecho, sus labios, carnosos y húmedos, se cerraron alrededor de la punta del miembro de Martín, un sabor salado y masculino invadiendo su boca, al principio con timidez, solo rozando la piel caliente con la lengua, pero la mano de Martín en su nuca no era paciente, sus dedos se enredaron en su cabello castaño oscuro, tirando con firmeza pero sin brutalidad, guiándola hacia abajo, enseñándole el ritmo que él quería — "Así, nena… más hondo" — susurró, su voz ronca por el placer contenido, Helena obedeció, dejando que su boca se llenara de él, sintiendo cómo cada centímetro palpitaba contra su lengua, sus propias mejillas se hundían con el esfuerzo, sus manos, temblorosas, se aferraron a los muslos de Martín para mantener el equilibrio mientras el tren se balanceaba. 

El sonido del carrito del mozo acercándose fue ahogado por el zumbido en sus oídos, el mundo se reducía a la textura bajo sus labios, al peso en su lengua, a los gruñidos bajos que escapaban de la garganta de Martín, no vio al hombre pasar, no notó su mirada curiosa que se posó en ellos por un segundo demasiado largo antes de seguir adelante, tampoco vio a la mujer sentada unas filas más atrás, sus ojos fríos escaneando la escena con desprecio, hasta que las palabras cortaron el aire como un cuchillo — "Qué zorra" — el insulto flotó entre el ruido del tren, claro y afilado, Helena lo escuchó, y por un instante, todo en ella quiso detenerse, su cuerpo se tensó, sus párpados se abrieron de golpe, la vergüenza quemándole la piel como fuego, intentó separarse, sus manos empujando contra los muslos de Martín en señal de protesta, pero él no lo permitió. 

— "No" — la palabra fue una orden, un latigazo en el aire, su mano en su nuca se endureció, empujándola de nuevo hacia abajo con determinación — "Termina lo que empezaste" — no había espacio para discusión en su voz, solo dominio, y Helena, con un gemido ahogado, volvió a su tarea, sus labios sellándose alrededor de él otra vez, más rápido ahora, más desesperada, como si pudiera borrar el insulto, la mirada de esa mujer, con cada movimiento de su boca, Martín no la dejó escapar, sus dedos jugueteaban con su oreja, su pulgar acariciando su línea de la mandíbula mientras ella trabajaba, cada caricia una recompensa, un recordatorio de que esto era entre ellos, y nadie más. 

— "Eres tan buena en esto…" — murmuró él, su respiración entrecortada, su estómago tensándose bajo su camisa, Helena podía sentir que estaba cerca, la manera en que su cuerpo se preparaba, la forma en que sus músculos temblaban levemente bajo su piel, sus propias caderas se movieron sin pensar, frotándose contra el borde del asiento en busca de alivio, el placer de Martín era contagioso, y aunque una parte de ella se rebelaba contra esto, contra la sumisión, contra el lugar en el que estaba, otra parte, más profunda, más oscura, se deleitaba en ello, en ser usada, en ser buena para él. 

Entonces llegó, un gruñido gutural escapó de los labios de Martín, sus dedos se cerraron en su cabello con fuerza, manteniéndola en su lugar mientras su cuerpo se arqueaba, su semilla llenando su boca en pulsos calientes y espesos, Helena no tuvo tiempo de prepararse, no tuvo opción más que tragar, una y otra vez, el sabor salado y amargo inundando sus sentidos, sus propias lágrimas de excitación y vergüenza brillando en los ojos, pero no se detuvo, no hasta que él lo permitió, no hasta que su mano finalmente se relajó en su nuca, acariciándola con aprobación. 

— "Buen trabajo, nena" — sus palabras eran suaves ahora, casi tiernas, como si supiera exactamente lo que había pasado por su mente, lo que había sentido, Helena se separó de él con un jadeo, su labio inferior temblaba, su rostro estaba enrojecido, su falda arrugada, su cuerpo entero vibrando con la intensidad de lo que acababa de pasar, Martín se acomodó en el asiento, satisfecho, su mirada recorriéndola de arriba abajo — "Nadie más importa… solo nosotros" — dijo, como si pudiera leer sus pensamientos, y Helena, sin saber por qué, asintió, porque en ese momento, en ese vagón, era la única verdad que conocía. 

El tren siguió su camino, pero algo entre ellos había cambiado otra vez, los límites se habían movido, las reglas reescritas, y Helena sabía, con un escalofrío que recorrió su espalda, que esto estaba lejos de terminar. 

 

Continuara... 

Comentarios